Diez años de guerra contra el yihadismo
Reportaje publicado en el DIARIO DE PONTEVEDRA, sábado, 18 de abril de 2020
Texto: Xaquín López; Fotografía: Sonsoles Meana
Maiduguri es una ciudad del Sahel, en la esquina noreste de Nigeria. Limita al norte con el lago Chad y más allá, el desierto. Al sur hay un bosque tupido, Sambisa. Es el bastión de Boko Haram, una de las bandas yihadistas más sanguinarias de África. El ejército nigeriano defiende la trinchera que rodea la ciudad, pero los bokos tienen una obsesión y o dejan de atacarla cada noche
El sol del mediodía no tiene compasión con el patio de urgencias del hospital estatal de Maiduguri. Los familiares de los internos se tumban en esterillas en una esquina a la sombra; hay puestos de comida callejera y chicos con bandejas sobre la cabeza ofrecen con desgana su mercancía. La rutina contagia incluso a los enfermeros de guardia. Pero los habituales saben que la partida de ajedrez puede dar la vuelta en cualquier momento. Ocurrió el pasado lunes, 10 de febrero.
El estruendo de los motores y el tornado de las palas de los helicópteros sentenciaban el enésimo ataque de Boko Haram en Ram. Las dos naves levantaban una espesa polvareda y en cuestión de minutos, los camilleros evacuaron a diez heridos por la puerta de urgencias. “Entre enero y febrero de este año, hemos tenido cuatro intervenciones masivas, un total de cuarenta heridos” comenta resignado Ja’ad Kaparto, director del hospital estatal de Maiduguri, gestionado por Cruz Roja.
El ruido de las camillas rodando por los pasillos es chirriante. Las líneas rojas, verdes y amarillas pintadas en el suelo dirigen a los heridos a los boxes en función de su estado. Pero los sanitarios saben que si los helicópteros vienen de Ram hay trabajo a destajo. En los últimos meses, Boko Haram se ha cebado con esa provincia del norte del estado de Borno, en la frontera de Nigeria con Camerún. “La mayoría de los casos que nos llegan son heridos de bala, bombas o personas procedentes de los campamentos de desplazados” recita sin atisbo de duda Mustapha, el enfermero jefe de urgencias.
El año 2018 marcó un repunte de los ataques de los grupos yihadistas del noreste de Nigeria y del lago Chad. En 2019, la media de heridos ha alcanzado la cifra récord de 2.230. “Es lamentable comprobar que la tercera parte son mujeres y niños. Ellos no deberían ser las víctimas de este conflicto” recita Ja’ad.
Uno de los heridos de esa estadística es Alí Musa, un chico de 14 años procedente de la ciudad de Mongono, la capital del norte de Borno. Nos cruzamos con él en un pasillo. Camina con muletas. “Ya está casi recuperado pero le hemos operado varias veces la pierna izquierda. La buena noticia es que ya está empezando a caminar por si mismo” cuenta Ja’ad.
2018 marcó un repunte de los ataques de lo grupos yihadistas del noreste de Nigeria y el lago Chad
En 2019, la media de heridos alcanza la cifra récord de 2.230, la tercera parte niños y mujeres
Maiduguri es la capital del estado nigeriano de Borno y la principal ciudad de toda la región noreste del país. Tiene más de dos millones de habitantes. El rastro de violencia y sangre derramada por el terrorismo yihadista en Nigeria comenzó en julio de 2009, cuando Mohammed Yusuf fue ejecutado por la espalda en una comisaría de Maiduguri.
A partir de ese momento se desató una guerra sin frente entre los seguidores del imán salafista, armados y radicalizados, y el ejército nigeriano. El testigo de Yusuf, que predicaba en las mezquitas del barrio de State Locust contra la educación occidental, lo recogió su lugarteniente, Abubakar Shekau.
En 2014, los militares consiguieron expulsar a los bokos de la ciudad y éstos se atrincheraron en el tupido bosque cercano de Sambisa, en la frontera entre Nigeria y Camerún y con una extensión similar a la Bélgica. Desde 2016, la actividad del grupo terrorista, que pretende implantar la sharia o ley islámica en la mitad norte de Nigeria, había decaído hasta mediados de 2018.
Escalada de violencia
“Definitivamente no va a mejor. Desde el punto de vista de la seguridad no hemos mejorado. Estamos sufriendo una escalada de la violencia. Dos trabajadores de Cruz Roja han sido asesinados en los últimos dos años”, relata Marcus Dolxer, desde el búnker que alberga a sede de Cruz Roja en Maiduguri.
La universidad de Ibadan, la gran ciudad yoruba del suroeste del país, es la más antigua de Nigeria. Tiene un Instituto para la Paz. Uno de sus profesores, Willie Eselebor, describe un panorama pesimista.
“En la actualidad asistimos a una escalada en la actividad terrorista de Boko Haram. Básicamente debido a su división interna. Al principio, cuando Boko Haram era el único enemigo, ejecutaba ataques masivos letales, pero ahora hay varios grupos menores actuando fuera de control. Son muy dañinos porque utilizan estrategias novedosas para secuestrar civiles”
Los secuestros llevan la firma de los dos grupos yihadistas más peligrosos que operan en la zona, Boko Haram y el Estado Islámico de la provincia de África del Oeste, Iswap, por sus siglas en inglés. Un escuadrón de estos últimos asestó, el pasado ocho de febrero, el golpe más osado de los últimos meses.
En Borno impera el toque de queda militar, eso quiere decir que el ejército cierra las puertas de la trinchera que rodea Maiduguri a las seis de la tarde y nadie puede entrar en la ciudad hasta la mañana siguiente. Pero ese domingo fatídico un contingente militar decidió adelantar una hora el checkpoint. Bajó la barrera a las cinco.
La consecuencia fue que medio centenar de vehículos de todo tipo quedaron atrapados en ese aparcamiento improvisado y sus ocupantes se dispusieron a pasar la noche en sus coches, mini buses y camiones. Al anochecer los soldados regresaron a Maduguri, dejando a los viajeros bloqueados y desprotegidos. Los whatsapps pitaban con insistencia en los móviles de los insurgentes yihadistas de la zona: “el ejército se ha retirado y hay decenas de coches parados en Auno”. Un comando de Iswap tardó dos horas en aparecer en motos y fuertemente armados. Dispararon una granada contra un camión cisterna y decenas de vehículos quedaron calcinados. Quien no murió por las llamas, murió por las balas.
El balance de la masacre es lo más parecido a un parte de guerra: treinta muertos; cincuenta mujeres y niños secuestrados, ellas como esclavas sexuales y ellos como chicos soldados; dieciocho camiones quemados, al igual que las casas y tiendas que había al lado de la carretera. “Uno de los conductores de nuestra estación d autobuses fue víctima del ataque” explica su gerente, Mohammed Yau. “Nos ha contado que estaba en su minibús escuchando la radio a punto de quedarse dormido cuando llegaron los terroristas disparando. Salvó su vida porque se escondió bajo un montón de cadáveres. Nosotros vivimos del transporte de viajeros y si el gobierno no asegura las carreteras, nos vamos a arruinar.”
Boko Haram e Iswap han puesto en la diana a las furgonetas de pasajeros
La pasada Navidad una veintena de universitarios cristianos fueron raptados o asesinados
La Borno Express de Maiduguri ha conocido tiempos mejores. Boko Haram e Iswap han puesto en la diana a las furgonetas de pasajeros y eso es lo peor que le puede ocurrir a una estación de autobuses. En las pasadas navidades, al menos una veintena de estudiantes cristianos de la universidad han sido secuestrados y asesinados por los insurgentes. Eran jóvenes que regresaban a su ciudad natal, Jós, a 578 kilómetros de distancia de Maiduguri, para pasar las vacaciones con sus familias. La universidad de Maiduguri, con más de cincuenta mil estudiantes, es una de las más populares del país.
El tramo hasta Damaturu es una trampa mortal.“Los pasajeros que hacemos la ruta de Abuja o Kaduna hasta Maiduguri soportamos numerosos ckekpoints del ejército, pasamos más de 24 horas en la carretera” grita un pasajero cabreado desde la puerta abierta de una furgoneta.“Perdemos mucho tiempo en los controles. Debido a la amenaza de Boko Haram, tenemos que pasar la noche en Damaturu antes de regresar a Maiduguri. Esta es nuestra queja principal. Le pedimos al gobierno más seguridad”
Los conductores saben que están en el punto de mira, aunque la mayoría saben que conducen blindados por su confesión religiosa musulmana.
“A mí nunca me han atacado pero varios colegas míos si lo han sufrido” cuenta un conductor de un minibús antes de partir rumbo a Abuja, la capital del país. “A más de uno lo han asesinado y a otros los han secuestrado. Cuando me avisan de que están atacando, doy la vuelta. Si me toca venir desde Abuja, pasamos la noche en la estación de autobuses de Damaturu. Las mujeres duermen separadas de los hombres y cada uno tiene que pagar un extra de 50 nairas, unos 12 céntimos de euro.”
Escenografía macabra
Las ejecuciones copian la escenografía macabra del Estado Islámico. Arrodillan a su víctima y la obligan a vestir un mono rojo. A sus espaldas, hay un terrorista con pasamontañas y armado con pistola o cuchillo. El verdugo recita un versículo del Corán y dispara dos tiros en la nuca del estudiante. “Este es un cristiano del estado de Plateau. No olvidamos lo que los cristianos les han hecho a nuestros abuelos en tiempos pasados. Este es un mensaje para toda la cristiandad: no pararemos hasta vengarnos y esparcir su sangre como hago yo ahora”. Esta fue la proclama de un yihadista de Iswap, antes de ejecutar a un estudiante de Jós a mediados de enero pasado. Por su timbre de voz se trataba de un adolescente.
En marzo de 2015, Abubakar Shekau declaró juramento de lealtad al Estado Islámico y su grupo terrorista pasó a denominarse Iswap, pero la coalición duró poco más de un año. La estrategia de Shekau de atentar con bombas en mezquitas, mercados y en los campos de desplazados, causando centenares de víctimas musulmanas, provocó la escisión de algunos de sus comandantes. En agosto de 2016, el Estado Islámico destituyó a Shekau, que se atrincheró con sus fieles en el bosque de Sambisa. Su sucesor al frente de Iswap es el comandante Al-Warnabi, hijo primogénito de Mohammed Yusuf.
En la actualidad, el campo de batalla terrorista está en el noreste, pero a principios y mediados de la década pasada Boko Haram golpeó con fuerza todo el país. En la capital, Abuja, lanzaron un coche bomba contra la sede la ONU, desde donde se gestionaba buena parte de la ayuda humanitaria al conflicto.
Otra de las ciudades atacadas con saña fue Kano, la capital de los hausas y centro de referencia del norte musulmán nigeriano. El atentado más sangriento fue contra los fieles de la mezquita central, un viernes a la hora del rezo.
“Cuando estábamos en la bendición Alá es grande, explotaron dos bombas en el interior de la mezquita. En medio de la confusión dos francotiradores dispararon contra la multitud. Alá les juzgará. No son buenos musulmanes” relata todavía compungido Mohammed Nazifi, uno de los imanes de la ciudad. “Estamos siempre en alerta. Tenemos nuestra propia seguridad y cuando notamos algo sospechoso, llamamos a la policía” nos cuenta mientras pasea por el patio de entrada a la mezquita escoltado por sus guardias personales.
Iswap no sólo ha puesto el foco en Nigeria. Tiene campamentos de adiestramiento en Níger, Camerún y Nigeria y desde ahí lanza ataques a los cuatro países ribereños del lago Chad. A finales de marzo pasado, Iswap acorraló a un contingente militar nigeriano en una aldea remota de Borno y causó medio centenar de bajas. A los pocos días, otro comando de Boko Haram, fuertemente armado, causó casi un centenar de bajas en una base militar de la República del Chad en Bomo, una de las decenas de islas del lago Chad.
Fue una de las más severas derrotas del poderoso ejército chadiano en esta batalla. Este último ataque hizo desbordar el vaso de la paciencia del presidente del país, Idriss Déby, que lanzó la operación “Cólera de Bomo” contra los insurgentes. A principios de abril, Déby declaraba que su ejército había ‘limpiado’ el lago Chad de insurgentes y que había derrotado al enemigo, aunque analistas independientes dan poco crédito a esta proclama victoriosa.
No hay testimonios independientes de lo que ocurre en la zona porque los militares mantienen blindados los accesos al lago. Los relatos indirectos más fiables se recogen en el mercado de pescado ahumado de Maiduguri. Antes de la crisis, se descargaban unas 500 furgonetas a la semana, ahora los comerciantes tienen que abastecerse del pescado del río Níger. “Los bokos están matando a los pescadores. En un ataque murieron unos cuarenta, entre ellos mi padre” nos cuenta Mohammed Bayi en su puesto de venta en el mercado del pescado. “Se lanzó al agua e intentó escapar, pero le alcanzaron con un disparo en el cuello y murió”.
La religión católica es minoritaria en el noreste de Nigeria. La etnia predominante, la Kanuri, es cien por cien musulmana. La diócesis de Maiduguri, que se extiende por los estados de Borno, Yobe y el norte de Adamawa, es una de las más golpeadas por el terrorismo yihadista. Según sus últimas estadísticas, entre 2010 y 2016 fueron destruidas 350 iglesias, alguna de ellas en más de una ocasión. Más de cinco mil feligreses han sido asesinados y más de veinte permanecen secuestrados.
La avenida principal de entrada a la ciudad es de color amarillo. El amarillo chichón de los más de quince mil napeps que están por todos lados. Son motos con dos ruedas traseras y con una carrocería de chapa a los lados y lona en el techo. Caben hasta cinco pasajeros. A mitad de la avenida hay un arco azul que da la bienvenida a la ciudad y unos metros más abajo, una pasarela con una leyenda de la activista paquistaní Malala Yousafzai.“Con las armas puedes matar al terrorista, pero con la educación acabas con el terrorismo”
La catedral de Saint Patrick’s está un poco más abajo. El pasado 16 de enero la entrada, con una garita de sacos terreros, estaba más vigilada que de costumbre. En su interior, el obispo y la curia ordenaban a tres sacerdotes. No faltaba ningún ingrediente de las coloridas y alegres misas africanas: dos orquestas, una de sonidos étnicos y otra occidental, con sus respectivos coros; representantes de las siete parroquias de las seis escuelas católicas de la ciudad; mujeres jóvenes con sus bebés a la espalda. Cientos de feligreses cantaban entregados el himno elegido para la ceremonia: “¿Qué tendría que darte yo, mi Señor, por la Gracia que me has dado?”
Al finalizar la homilía, el obispo, Monseñor Oliver Dashe, apuntaba hacia arriba en este conflicto. “Hay gente muy poderosa que tiene intereses en esta crisis y no tienen intención de que termine porque están ganando mucho dinero. El gobierno debería expulsarlos, tanto del ejército como de la clase política e incluso del propio gabinete federal”. Al domingo siguiente, uno de los tres nuevos curas, Clement Yaga, oficiaba su primera misa en el barrio de Polo, uno de las más castigados por Boko Haram. “Me siento como un héroe porque hace nueve años, cuando entré en el seminario, esto era un sueño para mí” comentaba en la sacristía mientras se vestía los hábitos.
Éxodo masivo
Detrás del rastro de sangre y fuego que están extendiendo los terroristas yihadistas por Borno y sus dos estados vecinos, Adamawa y Yobe, hay siempre una crisis humanitaria. A mediados de la década pasada hubo un punto de inflexión en el conflicto armado: el ejército nigeriano mandó despoblar las zonas rurales y ordenó a los campesinos que dejaran sus aldeas y se refugiaran en los campamentos de desplazados de las ciudades. El éxodo fue masivo, pero muchos decidieron aguantar. Se exponían a los bokos por la retaguardia y a las patrullas de los soldados porque la ley militar convertía a todos los que se quedaban en las aldeas en sospechosos de colaborar con los terroristas. Esta medida, junto a los ataques de Boko Haram contra las aldeas, provocó un éxodo masivo.
Entre 2010 y 2016 más de 5.000 católicos fueron asesinados en Maiduguri
En la actualidad, el censo de desplazados es de dos millones en la región del lago Chad
En la actualidad, el censo de desplazados es de dos millones en la región del lago Chad. De ellos, medio millón están en el estado de Borno, según datos del SEMA, la oficina estatal para las catástrofes. Sólo en Maiduguri hay un total de 109 IDP, campamentos de desplazados internos por sus siglas en inglés, que albergan a más de trescientas mil personas, procedentes de todo el estado. 93 de esos emplazamientos no son reconocidos por las autoridades gubernamentales, por lo cual no reciben ningún tipo de ayuda.
Shuawari nº 5 es uno de ellos. Lleva más de dos años abierto. Lo primero que llama la atención es el constante ajetreo en el descampado central. Sierran listones de madera, los apilan y después los clavan en el suelo. Están construyendo nuevos refugios porque no hay techo suficiente para las 11.600 personas hacinadas en los barracones. El goteo de nuevos desplazados es continuo. Una de las recién llegadas es Fátima Suleiman. “Nos atacaban casi a diario, hasta que un día mataron a mi marido y quemaron nuestra casa con todo dentro. Lo único que me queda es mi hijo”.
El campamento tiene una modesta clínica, que atiende personal sanitario de la ONG Médicos sin Fronteras y a la que acude a diario Audu Andamu. “Boko Haram atacó mi aldea de Guzamala. Intenté escapar, pero quemaron mi coche. A la mañana siguiente regresé, pero me descubrieron y me dispararon en una pierna cuando huía”. “Lo primero que hacemos con los recién llegados es hacerles un chequeo médico” cuenta Yabuku, supervisor médico. “Después los instalamos en un barracón, les damos mantas y todo lo que necesiten para pasar los primeros días”. La oficina de comunicación del presidente nigeriano, Muhammadu Buhari ha manifestado, en un comunicado reciente, su objetivo de “recuperar a las personas desplazadas, asegurando su alimentación y el regreso de los niños a la escuela”.
“El problema principal es la falta de comida” dice Haruma Abubakar, responsable del campamento. “No recibimos ningún tipo de ayuda oficial para conseguir alimentos”. Pero el director de la delegación de Cruz Roja en el estado de Borno, Marcus Dolxer, pone el foco en otro asunto. “Lo más preocupante es la falta de trabajo. El 80 por ciento de la población de Borno vive de la agricultura y por culpa de la crisis ya no tienen acceso a sus tierras”.
Los civilians y los hunters son fuerzas paramilitares que actúan al lado del ejército nigeriano
112 de las 276 chicas secuestradas hace seis años en un internado siguen desaparecidas
En 2014, los cuatro países ribereños del lago Chad, Nigeria, Níger, Camerún y República del Chad, junto a la República de Benín, formaron una fuerza militar conjunta, con cuartel general en D’Jamena, la capital chadiana. El número de víctimas del conflicto es difícil de cuantificar, pero hay otras víctimas sin nombre, que han caído en el combate de la guerra sucia. Osai Ojybo, directora de Amnistía Internacional en Nigeria, lanza la acusación desde su sede en Abuja. “Los dos bandos violan los derechos humanos. Boko Haram ejecutando a sus víctimas y el ejército torturando a los sospechosos en centros de detención clandestinos. Hay gran cantidad de tumbas sin identificar que sólo el ejército conoce. En algunos casos entierran a la gente en fosas comunes y nadie sabe donde están. Los jóvenes son las principales víctimas porque para el ejército, son sospechosos de pertenecer a Boko Haram”.
El gobierno quiere formar a su cuerpo de jueces, fiscales y abogados en la lucha judicial contra el terrorismo. Zara Umar Yabuku, portavoz de la Federación Nigeriana de Abogados, participaba el pasado doce de febrero en un curso de especialización sobre este asunto. “El problema de los derechos humanos ha mejorado. Muy al principio de la crisis, la estrategia contraterrorista no respetaba los derechos humanos, especialmente por parte del ejército. Ahora las cosas han mejorado”.
El ejército nigeriano, uno de los más poderosos de Africa, no está sólo en este conflicto. Paramilitares bien armados y mejor pagados combaten en sus filas. “Si sobrevives, sobrevives y si mueres, mueres como un héroe, eso es lo que yo creo”. Abatcha M.S. es un miembro del grupo paramilitar CJTF, conocidos como los civilians. “Si me dicen que tengo que ir a Sambisa, voy, pero con una condición: si veo a un insurgente de Boko Haram armado y estoy seguro de que es un terrorista, lo mato sin tener que esperar la autorización de mi comandante”.
Los civilians, al igual que la otra fuerza paramilitar que actúa al lado del ejército nigeriano en este conflicto, los hunters, cazadores, son voluntarios que cobran el sueldo base, unos 60 euros al mes, del gobierno de Borno, que también les facilita los vehículos todo terreno para adentrarse en Sambisa. “El año pasado atacaron un convoy de 20 de los nuestros. Murieron 16. Al cabo de tres meses, no lo vi pero me lo han contado de buena fuente, el gobierno de Borno les dio 5.000 euros a cada una de las familias” cuenta Abatcha en el lugar oculto donde grabamos la entrevista para evitar miradas indiscretas. “Los soldados no se arriesgan como nosotros en el campo de batalla porque saben que si mueren, al cabo de dos o tres meses, sus familias son expulsadas de las viviendas que ocupan en los cuarteles”
En este largo conflicto armado, los hunters han perdido un centenar de hombres en combate, pero la balanza sigue desequilibrada, según su comandante. “Es como cazar moscas y recoger los cadáveres con la escoba. ¿Puedes contarlos? Es imposible. Matamos un montón de bokos” sonríe Mohammed Tar Yerwa, rodeado de sus lugartenientes en el cuartel general de estos escuadrones de la muerte.
Las chicas de Chibok
A punto de cumplirse seis años del golpe más atrevido de Abubakar Shekau, el secuestro de 276 chicas en un internado en Chibok, a 125 kilómetros de Maiduguri, 112 de ellas siguen en paradero desconocido. “Viajé a Yola el pasado mes de diciembre y me entrevisté con un chico que Boko Haram ha liberado después de cuatro años de cautiverio. Me ha confirmado que vio a una de las chicas” cuenta Ayuda Alhassan, a quien le han secuestrado cuatro sobrinas en el internado de Chibok. Dos han sido liberadas, pero las otras dos continúan en paradero desconocido.“El tema de las chicas de Chibok, tengo información confidencial de que algunas han sido intercambiadas por comandantes de Boko Haram capturados por el ejército” nos cuenta el civilian Abatcha. Una información que confirman desde la redacción de Dandal Radio, uno de los medios de comunicación más amenazados por Boko Haram debido a sus emisiones independientes sobre el conflicto. “Gracias a las negociaciones entre el gobierno y la insurgencia, varias chicas de Chibock han sido liberadas” dice la periodista Fátima Ibrahim Mu’azam.
La mayoría de las 174 jóvenes liberadas intentan rehacer su vida en Yola, la capital del estado vecino de Adamawa. Algunas continúan sus estudios, otras se han casado y también hay algún caso de chicas que han vuelto de Sambisa con un hijo de las reiteradas violaciones a las que las sometieron los bokos. “No pasa nada. Los niños son nuestros y no supone ninguna humillación para las familias” insiste Alhasssan, adelantándose a una pregunta que no se le ha hecho o a una realidad que es difícil de ocultar.
Los mercados callejeros de Maiduguri están llenos de gente a cualquier hora del día. Hay tiendas bien surtidas donde se puede conseguir cualquier mercancía del día a día. Así es a simple vista, una ciudad como tantas otras de Nigeria, pero los comerciantes llevan diez años subsistiendo a un conflicto que, en el mejor de los casos para algunos, sólo te arruina. “Los comerciantes como yo dependemos de los clientes de las zonas rurales. La mayoría de esa población no tiene recursos y está malviviendo en los campamentos de desplazados de todo el estado. Muchos han llegado a Maiduguri huyendo de Boko Haram . Además, las fronteras con Camerún, Níger y la República del Chad están cerradas y dependemos mucho de la exportación de nuestra mercancía a esos países”cuenta impasible Shettima M. Ali, delante de su tienda de alimentación.
Nigeria es el segundo país más corrupto de África del Oeste, según el índice de percepción de la corrupción de 2019
Nigeria es el segundo país más corrupto de Africa del Oeste, según el índice de percepción de la corrupción de 2019, conocido a principios de este año. “Un oficial del Departamento de Inmigración me ha dicho:”Señor, decir militares es lo mismo que decir dinero”.Podrían resolver este conflicto en unas semanas” se lamenta Oliver Dashe, el obispo de Maiduguri al despedirnos en su despacho.
Estos días, Nigeria conmemora los cincuenta años del final de la guerra civil de Biafra, un conflicto armado que abrió en canal al país. Quedaron para la historia de la infamia los niños famélicos y los enemigos quemados vivos con ruedas ardiendo alrededor de su cuerpo. Medio siglo después, otra barbarie, la de los yihadistas y Boko Haram amenaza con abrir una nueva brecha de sangre y fuego en uno de los países más poderosos de Africa.