Diego Martín vuelve a su pueblo coruñés tras ser repatriado del país en guerra,, donde pasó mas de nueve años en la cárcel acusado de terrorismo por el régimen de El Ásad
Publicado en EL PAIS, 11 de febrero de 2023
Texto: Xaquín López
Fotografía: Sonsoles Meana Alonso
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A sus 46 años, la vida le ha dado una segunda oportunidad a Diego Martín Barcia. En octubre pasado consiguió regresar a su casa, en Fene, (A Coruña). Atrás quedaron nueve años y medio de cautiverio en una celda de aislamiento en Damasco, adonde había viajado, según cuenta, para informar sobre la guerra como periodíasta freelance y acabó acusado de terrorismo. “Por muy dura que fuera mi experiencia en Siria, todo esto que tengo ahora aquí es mucho más grande. Aquello no era más que la privación de la libertad, hasta cierto punto porque yo creo que la libertad está dentro de ti, en tu cabeza, en tu cuerpo, en tu sentimiento. Y eso fue lo que me salvó, me echó para adelante y me ayudó a vivir el día a día”.
Cuando Martín habla de “todo esto que tengo ahora aquí” se refiere al cariño de su hermano y de su hija; al afecto de sus vecinos; al piso de su infancia, destartalado y sin luz, donde vive ahora y a la caminata diaria de quince kilómetros para comer en la cocina económica de Ferrol. “No me arrepiento de nada. Es una gran experiencia que te cambia la vida, insiste. Según su relato, en 2012, tras cuatro meses en Berlin buscándose la vida, decidió viajar a Siria para cubrir el conflicto como periodista. “Tenía muy poco dinero y viajaba como podía, en transportes de todo tipo. Atravesé los Balcanes y Grecia, hasta llegar a Turquía. Entré caminando porque por la mañana abrieron el paso a todo el mundo. Después me subí a un autobús con toda la gente. En una furgoneta llegué a un pueblo y así fui avanzando por Siria”.
Detención en Alepo
La guerra civil siria había empezado en 2011 con el enfrentamiento entre el régimen de Al-Ásad y el autodenominado Ejército Libre Sirio, apoyado por Turquía entre otros países. Él asegura, no era consciente de que cualquiera que entrara en el país cruzando la frontera turca podía ser considerado terrorista. “Fui a la zona rebelde, sin visado. Estuve cinco días conviviendo con los comandos que peleaban contra el régimen, cuenta
La detención
En una guerra las fronteras pueden cambiar de un día para otro y cualquier movimiento en falso puede dejarte en tierra hostil. Eso es lo que le pasó a Martín. “Entré en la zona gubernamental por Alepo, pero me detuvieron en un control militar. Vieron que el pasaporte no estaba en regla porque no tenía visado. Me dijeron que tenía que haber entrado a Siria por el Líbano, no desde Turquía”.
Cuando los soldados le preguntaron que hacía en el punto de control de Alepo, su respuesta no resultó convincente. “Yo no buscaba nada. Iba observando y escribiendo lo que veía con la intención de enviar material a las agencias de prensa. Fui con la idea de ser freelance, aunque no tuviera ningún contacto periodístico en España”, asegura.
Martín fue detenido el 7 de marzo de 2013, conviertiéndose en rehén de una guerra que ya no iba a poder contar. Una celda de seis metros cuadrados. “Estaba en una celda de dos por tres metros, sin ventana. Veía el pasillo a través de los barrotes. Estaba sólo, no tenía contacto con otros presos. Dormía sobre mantas en el suelo. Hacía ejercicio diario, caminaba por la celda y la limpiaba. Si tenía ganas de ir al baño, sólo podía hacerlo cuando ellos me lo decían. Tuve diarrea durante todo el tiempo que estuve en la cárcel. Comía sentado en el suelo. Al principio, en los años duros de la guerra, el rancho era muy escaso y de mala calidad”, relata.
Niega con la cabeza que sufriera malos tratos, pero aclara que el aislamiento puede ser la peor de las torturas. “Necesitas mucha disciplina para estar entero y soportarlo. Te acostumbras enseguida, sino te acostumbras te vas. Eso jamás lo olvidaré”.
“Mi madre decía que yo estaba vivo”, señala. Ella falleció sin volver a verle
Un occidental es una moneda de cambio, y él se convirtió en un botín del régimen
La falsa noticia de su muerte
A los seis meses de su detención, en noviembre de 2013, un blog de combatientes holandeses en Siria, De Mediawerkgroep Sirië lanzó el bulo de que Martín se había inmolado en un atentado suicida en Damasco. Mostraban fotos de su documento de identidad y de su pasaporte. La prensa local de A Coruña se hizo eco y él pasó de estar preso a estar muerto. La única persona que no creyó a los holandeses fue su madre. “Mi esperanza era que mi familia supiera que yo seguía con vida en una cárcel en Siria. Las vecinas de mi madre me cuentan que ella siempre decía que yo estaba vivo”. La mujer falleció en 2021 sin llegar a ver a su hijo.
En la contienda civil siria, un occidental es una moneda de cambio y Martín se había convertido en un botín del régimen. “En 2017 nos llevaron a cuatro presos extranjeros al Instituto Nacional de Ciencias en Damasco y al quitarme la capucha vi que estaba ante un grupo de periodistas sirios y rusos haciéndonos preguntas en inglés. Para mí la guerra acabó en 2018, cuando los aviones dejaron de sobrevolar la cárcel”, dice. A finales de 2017, Síria había anunciado su victoria sobre el Estado islámico.
Pasaban los años y Diego cumplía una condena que ningún juez, ni civil ni militar, había dictado. “En mayo de 2020 nos dijeron que nos iban a dar una amnistía y nos trasladaron a otra cárcel, con patio y con gente. Eso era otra cosa. Estuve allí veinte días. Me presentaron ante un tribunal, por primera vez desde mi encarcelamiento. Hasta ese momento, me acusaban de terrorista, pero ahí me declararon periodista. De terrorista pasé a periodista. Me devolvieron a la cárcel de Farag Phalestín y me dijeron no podían ponerme en libertad por culpa del coronavirus”, recuerda.
El rescate
El destino de Diego estaba ligado al desenlace de la guerra civil, que entraba en su fase terminal. “Yo no tenía la certeza de que no me fueran a pasar a cuchillo. En 2020 pregunté a mis carceleros: ¿me vais a ajusticiar o no? Me dijeron que no. Y en agosto de 2022, les recalqué “yo aquí ya no quiero estar más, quiero volver a España” ¿Libertad o muerte? Me dijeron que muerte no, entonces les pedí la libertad”.
Sin embargo, esa no fue la clave de su liberación. El verano pasado, agentes del servicio de inteligencia español liberaron a un madrileño, de nombre Alberto, que llevaba seis meses encarcelado en Siria, según fuentes conocedoras de la operación Creían que era el único español preso, pero Alberto les habló de Diego Martín y ahí empezó otra lucha para liberar al ‘Preso Decano’ como se denominó la operación de rescate, cuya última etapa, la repatriación desde Beirut, contó con el apoyo de la Embajada española en Libano.
“Le pregunté: “¿Falas galego?”. Él se echó a llorar”, dice su libertador
En septiembre, un agente español accedió a los sótanos del penal y se entrevistó por primera vez con él. “Lo bajaron encapuchado y esposado. Le habían puesto un abrigo, para disimular su delgadez extrema. Le dije “¿falas galego?”. Se derrumbó y se puso a llorar” ha narrado para ELPAÍS el agente que intervino en su liberación, que exige el anonimato.
Preguntó por su madre, que había fallecido recientemente y la respuesta de su libertador fue darle un teléfono para que llamara a su hermano. Al aterrizar en el aeropuerto de Madrid Barajas, la Guardia Civil le interrogó por orden de un juez de la Audiencia Nacional. Pasó así de desaparecido, su familia había denunciado en 2013, a interrogado en España como presunto combatiente extranjero en Siria. Yo no me arrepiento de nada. Es una experiencia que te cambia la vida. Para mi ir a la guerra de Siria era el compromiso más grande que podía hacer”, insiste durante la entrevista en un polideportivo cerca de su casa ante la ría de Ferrol.