En Mozambique se vive otra guerra, aunque sin tropas. Las altas tasas de delincuencia y corrupción policial empujan a la gente a tomarse la justicia por su mano. Los linchamientos son parte del día a día
Por Xaquín López;
Fotos Sonsoles Meana
EXTRA de La Voz de Galicia 25 DE OCTUBRE DEL 2015
Esta noche vamos a quemar neumáticos». El aviso se propaga como una sentencia por los suburbios de Beira. Un comando popular ha decidido actuar y los vecinos saben que esa noche es mejor no salir de casa. «Hay códigos informales sobre cómo y cuándo se debe actuar para linchar. Un grupo de personas hace la ronda por el barrio. Cuando se produce un asalto a una vivienda o un robo, la víctima chilla o toca un silbato para pedir socorro. A partir de ahí empieza la cacería de los ladrones», explica Joao Colaço, sociólogo de la universidad Eduardo Mondlane de Maputo.
Los hombres catana
Beira es la tercera ciudad de Mozambique, después de Nampula y Maputo, la capital. El océano Indico marca sus límites, por eso se desparrama hacia el oeste. Si Beira fuera una urbe occidental, Manga y Mushava serían sus ciudades dormitorio. Una calle larga, la única asfaltada, une los dos barrios. El resto son caminos de tierra polvorientos que se pierden entre cocoteros, con casas de planta baja de ladrillos de adobe y tejado de chapa. Hay censados sesenta mil vecinos y registradas doce mil viviendas. En uno de esos caminos que parecen no llevar a ningún lado está Teodoro Ibraimo, sentado a la puerta de su casa. «Esta es una zona de expansión, por eso hay mucha delincuencia. El problema es que cuando entran en una casa, no se conforman con robar sino que a veces violan a las mujeres delante de su marido o sus padres».
«Estamos ante una situación de guerra. Lo que no sabemos es cómo va a acabar esto, pero aquí nadie puede tener pena»
La población les ha puesto un mote a los delincuentes: los hombres catana porque actúan con el machete africano y llevan el rostro cubierto con pasamontañas ya que en muchas ocasiones los bandidos son del barrio.
Munhava está dividida en cinco distritos. Al frente de uno de ellos, el de Marasa, está André Paolo. Nació en el barrio hace setenta años. Trabajó toda su vida de electricista. «Los que más padecen los robos en esta zona son los conductores y los revisores de las chapas, las furgonetas de transporte público. A veces llegan de noche a la parada final en Beira. Cuando regresan caminando a casa, les asaltan en el barrio y les roban la recaudación del día».
La noche del 12 de agosto pasado fue una de las más sangrientas del año en el barrio vecino de Manga. Entrada la noche, una vecina, Adelina Pauguere, pidió auxilio porque intentaban asaltar su casa. «Cuando empecé a gritar, los ladrones escaparon. Antes de intentar entrar en mi casa habían apagado la lámpara de fuera». Los dos presuntos ladrones se dieron la fuga.
Tras varias horas de persecución, el comando popular alcanzó a Peixe y a su sobrino, Agostinho, en un vertedero incontrolado en la Rúa número 2 de la barriada. Eran las cuatro de la madrugada. A Peixe le amputaron los pies con una catana.
La violencia en África es un ritual que a veces lleva implícito un mensaje: al descuartizar a Peixe les estaban diciendo a los ladrones que no les querían ver por el barrio. A continuación, a Peixe y a Agostinho les colocaron neumáticos alrededor de su cuerpo, como si fueran flotadores. Utilizaron bidones de gasoil para encender las dos hogueras humanas.
Cuando llegó la policía, uno de ellos ya había muerto y el otro falleció camino del hospital. Los trabajadores de la funeraria tan solo pudieron recuperar un cadáver carbonizado entre los hilos de alambre de las ruedas. Estamos ante una situación de guerra. Lo que no sabemos es cómo va a acabar esto, pero aquí nadie puede tener pena», explicaba a la prensa Guta Afonso, testigo de los hechos.
Otra vecina, Emilia Joao, justificaba los linchamientos. «No nos queda más remedio que dar muerte a los delincuentes en la hoguera porque la policía no funciona, al menos en este barrio. Estamos hartos de los asaltos. Los ladrones, cuando asaltan las casas, no solo roban sino que violan a las mujeres y a veces matan a los vecinos. Entonces, ¿por qué no matarlos a ellos también».
El secretario del distrito de Mhanconjo, donde ocurrieron los hechos, Agostinho Joao, asegura que esa noche se produjeron tres intentos de asaltos en la zona, aunque solo uno se consumó. Añade, a modo de sentencia, que Peixe era un ladrón convicto y ya había estado varias veces en la cárcel.
Es la primera vez este año que se produce una doble ejecución sumaria en Beira, algo que en Mozambique se conoce por la expresión de justicia por las propias manos, aunque el código penal lo califica como un delito de lin- chamiento. Es una práctica habitual no solo en Mozambique sino también en otros países sobre todo de África del Oeste, como Guinea Bisau y Benin, aunque el fenómeno en Beira en la actualidad está fuera de control.
En los últimos cinco meses hay constancia de nueve linchamientos en esa ciudad, uno de ellos fallido, aunque fuentes no gubernamentales aseguran que hay más. El último ocurrió el pasado 9 de octubre en el barrio de Esturro.
Los sociólogos lo achacan a la inseguridad en las barriadas de las grandes ciudades, donde el desarrollo urbanístico y demográfico no lleva aparejado el fortalecimiento del tejido social ni de infraestructuras básicas. «Es como si el Estado cediese sus competencias de seguridad y justicia a las comunidades vecinales.
Ante la dejadez gubernamental, los vecinos deciden pasar a la acción y hacer lo que el Estado no hace», explica Joao Colaço. Para atajar la inseguridad ciudadana, el gobierno creó, hace unos años, las policías comunitarias: grupos de voluntarios civiles, sin uniformar y cuya única defensa es una porra y unos grilletes.
A escasos metros de distancia de la sede de esta policía de barrio, el secretario del distrito André Paolo, va más allá y denuncia la corrupción policial como germen del problema.
«Cuando la policía detiene a un ladrón, pasa uno o dos días en la comisaría y lo sueltan. Ha comprado su libertad. Eso los vecinos no lo entienden. El problema se resolvería si la policía expulsara a los ladrones del barrio».
Cada domingo, cientos de vecinos acuden a la iglesia de San José de Calasanz de Munhava. Es una misa con todos los ingredientes africanos: tambores, coros, danzas, palmas y alegatos interminables de vecinos que toman la palabra.
El Padre Vitorino Lucas intenta sensibilizar a sus feligreses para que no participen ni toleren la justicia popular. «No olvidéis que cuando apuntáis con el dedo índice a vuestro enemigo, el pulgar se esconde, pero los otros tres dedos de la mano os apuntan a vosotros, apuntan directamente a vuestro corazón».
El Padre Vitorino recurre a las metáforas sencillas, casi infantiles para aleccionar a los suyos, pero al salir de la iglesia reconoce que su comunidad pasa por momentos duros. «Los robos y los desmanes no van a parar y por lo tanto me temo que la venganza tampoco» sentencia mientras apresura el paso para llegar a la segunda misa de la mañana, en otro templo del barrio.
El chivo expiatorio
En el céntrico barrio de Chipangarra hay una familia, madre e hijo, que se ha mudado hace unas semanas. Se han ido sin dejar rastro. «Yo no quiero vivir en un lugar donde agreden a mi hijo», fue el recado que dio Anabela a sus vecinos antes de irse sin dar más pistas.
Su hijo Fernando todavía tiene en su piel las huellas de las quemaduras por un intento de linchamiento fallido. El 3 de junio pasado, Fernando regresaba a su barrio después de acompañar a su novia a casa. Volvía caminando, ya entrada la noche. De repente cayó en manos de un comando de linchamiento. Le envolvieron en una mosquitera de nylon y la incendiaron. Logró escapar vivo, aunque con graves quemaduras.
Peor suerte corrió Sergio Silva, de 23 años y aprendiz de carpintero. Fue liquidado el pasado 3 de agosto. Sus ejecutores le acusaron de ser un delincuente.
La policía lo desmintió al día siguiente. Antonio Pelembe, jefe policial de la provincia de Sofala, mostraba por primera vez su preocupación en público por estos actos. «La policía tiene el desafío de vigilar los nuevos barrios que se están formando en Beira. La gente se siente insegura, por eso encuentran respuestas en estas prácticas. Llamo a la población a que deje de actuar de este modo y acuda a las autoridades» declaraba a la prensa en el escenario de los hechos.
Los casos de Fernando y Sergio se ajustan al perfil de lo que los sociólogos denominan chivo expiatorio: no se ajusticia solo al que roba sino también a aquel del que se sospecha que pueda hacerlo y de esa forma se salda la pena de los verdaderos delincuentes.
«Los ladrones no nos respetan»
«Los ladrones no nos respetan, dicen que no somos nadie. Cuando les detenemos, los entregamos a la policía en la comisaría. La población está harta porque a los pocos días les vuelven a ver por el barrio. Por eso pre eren arreglar los problemas por su cuenta», explica Nonhimbo Donaio, jefe de la policía comunitaria del distrito de Marasa (a la izquierda). Sobre estas líneas, un vehículo cargado de neumáticos, un elemento imprescindible en las protestas.
A pesar de la oleada de linchamientos, las fuerzas de seguridad reconocen que no están persiguiendo a los culpables. El portavoz de la policía de Sofala, Daniel Macuacua, confirma lo que mucha gente en Beira comenta en voz baja. «Hasta la fecha no hay ningún miembro de los comandos populares que han actuado en los últimos meses detenido».
La única explicación policial es que «la policía está cumpliendo con su trabajo». En Mozambique es arriesgado enfrentarse a la ira popular, que a veces se vuelve contra las propias fuerzas de seguridad. Ocurrió en 2012 cuando la policía detuvo a cuatro supuestos linchadores en Beira. El mismo día de las detenciones, una multitud enardecida asaltó la comisaría de Macute, en el centro de la ciudad, y liberó a los detenidos.
En el ADN
En la guerra de Biafra, en Nigeria (1967-70) se instauró la táctica de quemar vivo al enemigo rociándolo con gasoil. En Mozambique, las ejecuciones extrajudiciales son un mensaje contundente tanto para los delincuentes del barrio como para el gobierno. «La quema de neumáticos está arraigada en el ADN de los mozambiqueños.
Aquí, cuando se quiere iniciar una protesta en los barrios, el lema es «Vamos a quemar neumáticos». Así empiezan en Mozambique las grandes movilizaciones de protesta, como la última en 2010 contra la subida del precio del pan» explica el sociólogo Joao Colaço.
Mozambique consiguió la independencia tras expulsar a los colonos portugueses por las armas en 1975. Después, el país se sumió en una de las guerras civiles (1977-92) más cruentas de Africa. Aquel alto grado de violencia ha marcado su historia reciente y algunos expertos se atreven a hacer una lectura política de los linchamientos.
En Mozambique es arriesgado enfrentarse a la ira popular, que a veces se vuelve contra las propias fuerzas de seguridad
«Hay una coincidencia que no hace más que constatar una evidencia: los linchamientos están más arraigados en las zonas centro y norte del país. Ahí es donde más fuerza tiene la Renamo, el principal partido de la oposición, y por tanto, hay menos presencia del aparato del Estado», reflexiona Joao Colaço.
En Mozambique la ideología gubernamental rechaza todo lo que tenga que ver con su pasado colonial. Beira también lo quiere ocultar, pero no puede. A Baixa de la ciudad, pegada al Indico, es un notable ejemplo de arquitectura de estilo manuelino: casonas que intentan ocultar su belleza tras un jardín exuberante; ventanales enmarcados por cornisas onduladas; escaleras y barandas adornadas por azulejos que evocan a la señorial Lisboa.
Durante la época colonial, Beira se había convertido en refugio y lugar de residencia de los portugueses. Eran los tiempos en que el negro mozambiqueño no tenía derecho a la justicia y era rehén de la tiranía del patrón blanco. Hoy, cuarenta años después, hay quien asume que la venganza trágica de la historia tiene la forma de una hoguera de neumáticos.